La máquina no está rota
En ingeniería de sistemas existe un concepto llamado POSIWID, que son las siglas en inglés de “the purpose of a system is what it does”. Esto quiere decir que un sistema nunca está equivocado, un sistema hace siempre aquello para lo que fue diseñado. Puede no ser el resultado que querías o esperabas, pero es el que sabe hacer.
Si programas una aplicación de cálculo y cuando le dices que calcule 2 + 2 te da de resultado 5, pues la aplicación no está fallando, está haciendo lo que tú le has dicho que haga. Fallaste tú al programarla.
Creo que esto permite hacer una buena analogía: El capitalismo y las empresas que operan dentro de ese sistema están haciendo siempre lo que están diseñados para hacer. Y lo van a seguir haciendo, a menos que cambien las reglas.
Un pequeño paréntesis. ¿Qué opinas del fuego? Sí, el fuego, el que quema. ¿Es bueno o malo?
El fuego puede ayudarnos a lograr cosas maravillosas: desde cocinar la carne para obtener los nutrientes que necesitábamos para evolucionar o mantenernos a salvo de los depredadores, hasta mover enormes máquinas que hacen el trabajo por nosotros, mantener las calles seguras y los hogares calientes. Pero también puede arrasar ciudades enteras y causar un gran dolor. Por eso el fuego necesita ser controlado.
Espero que todos podamos estar de acuerdo en que se requieren medidas de seguridad para el fuego; de lo contrario, hará lo que sabe hacer. POSIWID. Y decir que el fuego debe ser controlado para aprovechar lo bueno que nos da pero evitar lo malo, no es lo mismo que decir “prohibamos el fuego”. Pero en esta época de extremos y polarización, parece que es necesario dejarlo claro.
Los líderes del capitalismo, especialmente aquellos al frente de grandes corporaciones, tienen una responsabilidad fiduciaria: están legal y éticamente obligados a maximizar el valor para sus accionistas. Esto suele traducirse en una búsqueda constante de crecimiento económico, expansión de mercado y aumento de beneficios.
Sin embargo, el concepto de crecimiento infinito choca con los límites físicos, ecológicos y sociales del planeta. Los recursos son finitos, la capacidad de consumo tiene un techo, y el equilibrio social se resiente cuando el crecimiento se convierte en una obsesión que ignora sus consecuencias.
Mientras se persigue ese crecimiento, se generan enormes diferencias entre los que tienen acceso al capital y los que no. La brecha entre ricos y pobres no solo se mantiene, sino que se amplía. Esto no es un efecto colateral menor: es una consecuencia estructural del sistema. POSIWID.
Los que tienen más recursos pueden invertir, influir en políticas, y proteger sus intereses. Pero los que tienen menos quedan atrapados en ciclos de precariedad, con acceso limitado a educación, salud, vivienda y oportunidades.
Otro pequeño paréntesis. Muchas personas no comprenden realmente lo que significa el privilegio. Incluso profesionales de recursos humanos amigos míos, encargados de procesos de selección, alguna vez me han dicho cosas como: “Aquí no hay privilegios, todos rinden el mismo examen, todo depende de cuánto estudies”. Esta afirmación, aunque aparentemente justa, ignora algo fundamental: la igualdad de oportunidad no es lo mismo que la igualdad de condiciones.
Sí, el examen puede tener las mismas preguntas para todos. Pero quienes lo enfrentan no llegan en las mismas circunstancias. Algunos han dormido bien, tienen una alimentación adecuada, un entorno tranquilo y tiempo para estudiar. Otros llegan tras trabajar en dos o tres empleos, con apenas tres horas de sueño o sin dormir. Algunos han viajado dos horas en transporte público, lidiando con estrés y cansancio. Otros han cuidado a un familiar enfermo toda la semana, sacrificando tiempo de estudio.
El privilegio no siempre se manifiesta como dinero o poder visible. A veces es tener padres que te apoyan emocionalmente, acceso a un espacio silencioso para estudiar, no tener que preocuparte por el alquiler o por si comerás ese día. Esto no significa que el esfuerzo no importe. Significa que el esfuerzo no ocurre en el vacío.
Debemos aceptar una verdad incómoda: la creciente desigualdad no es una falla del sistema, sino una consecuencia del mismo. El modelo económico actual basado en la acumulación, la competencia y el crecimiento sin límites tiende a concentrar riqueza en manos de unos pocos. No es casualidad que la brecha entre ricos y pobres sea cada vez más amplia. No es casualidad que hoy en día no puedas comprar una vivienda, tener estabilidad laboral y disfrutar de tiempo libre como lo hacían tus padres y abuelos.
A veces escucho decir a padres de familia que van a votarle a un partido particular porque tienen miedo de que sus hijos crezcan en un ambiente mixto donde las costumbres no se respeten y la cultura se pierda. La verdad, si yo fuera ellos tendría mucho más miedo a que mis hijos crezcan en un mundo donde no puedan pagar un alquiler digno, no tengan acceso a salud mental o física, no puedan formar una familia sin precariedad y no tengan tiempo para vivir, solo para sobrevivir.
Porque seamos sinceros, cuando la riqueza de un país como España ya se distribuye en 50% en manos de 30 señores octogenarios y el otro 50% para los otros 40 millones de personas… probablemente en 15 años los números serán 20 oligarcas versus 50 millones.
Y es que, al final, la desigualdad no es un error del sistema: es lo que el sistema sabe hacer. POSIWID.