El último abrazo

Yo estaba recién empezando la universidad cuando falleció mi tío más cercano. Él no solo era hermano de mi padre, sino que se había casado con la hermana de mi madre, por lo que yo tengo un grupo de primos hermanos con exactamente mis mismos apellidos. No solo lo veía todos los fines de semana sino que viví en su casa algunos meses. Era además el dentista de toda la familia.

A pesar de esa cercanía, sin embargo, mi tío no era de las personas que daban besos o abrazos. Yo lo saludaba y me despedía siempre un poco distante porque no quería invadir su espacio personal y forzarlo a algo que sabía que no le salía natural. Por años fue siempre esa nuestra dinámica.

Hasta su última semana de vida, cuando lo visité en el hospital. Ya súper delgado y con muchos tubos en el cuerpo, al despedirme quise abrazarlo. Entonces le dije, tío, yo sé que tú no eres fan de los abrazos pero quisiera darte uno ahora. Él abrió los ojos con una cara de sorpresa total.

Yo pensé que el que no gustaba de abrazos eras tú, me dijo. Por eso no te daba nunca ninguno, por no incomodarte. Ahí estaba, veinte años de un malentendido, miles de abrazos perdidos.

Nos dimos un gran abrazo, el último, y aprendí que nunca debe uno asumir cosas y quedarse callado. Feliz aniversario tío, esas muelas que me curaste siguen ahí perfectas.