Los impuestos y el Open Source
Llevo años trabajando con software open source, desde que Mandrake Linux se lanzó por primera vez, y participando en sus comunidades. Existe un principio fundamental que todos entendemos ahí: nadie construye nada desde cero. Cada línea de código que alguien escribe se apoya en millones de líneas escritas por otros. Cada biblioteca que alguien usa, cada framework, cada herramienta, existe porque otras personas dedicaron tiempo y esfuerzo a crearla y compartirla.
En el mundo del open source esto se traduce en una cultura de reciprocidad. Usas Linux para tu servidor, te beneficias de Apache para tu web, desarrollas con Python o JavaScript... y cuando creas algo útil, lo natural es devolverlo a la comunidad. No es obligatorio, pero es lo correcto. Es el ciclo virtuoso que ha permitido que tengamos toda esta infraestructura tecnológica gratuita y de calidad. Y cuando alguna empresa no lo hace y se aprovecha del trabajo de otros sin reciprocidad, es adecuadamente rechazada.
Curiosamente, muchos de los mismos desarrolladores y empresarios tech que entienden perfectamente este concepto en el software, se vuelven ciegos cuando hablamos de impuestos. De repente aparece el discurso del “self-made man”, del emprendedor que lo logró todo solo con su esfuerzo y talento. Como si su empresa hubiera surgido en el vacío, sin necesitar nada de nadie.
Pero pensémoslo un momento. Ese empresario exitoso que se queja de los impuestos:
- Transporta sus productos por carreteras que no construyó
- Contrata empleados educados en escuelas que no fundó
- Opera en un mercado regulado por leyes que garantizan contratos y propiedad
- Usa una moneda estable respaldada por instituciones que no creó
- Se beneficia de tratados comerciales negociados por diplomáticos que no contrató
- Duerme tranquilo porque existe un sistema de seguridad
La lista podría seguir indefinidamente, pero en resumen, un empresario se beneficiq de que existe un sistema funcional sobre el cual se puede construir cosas. Cada startup que triunfa, cada empresa que escala, cada fortuna que se amasa, se construye sobre una infraestructura social masiva que ya estaba ahí. Exactamente igual que en el open source.
Y aquí viene lo interesante: en el software libre, devolver código a la comunidad no es visto como un castigo o un robo. Es visto como lo que es: contribuir al ecosistema que te permitió existir en primer lugar. Los mejores desarrolladores y empresas del mundo tech lo entienden y practican. Incluso Google contribuye a Chromium, hasta Microsoft a VS Code, un Facebook a React. No porque sean altruistas, sino porque entienden que fortalecer el ecosistema los beneficia a todos.
Los impuestos deberían verse de la misma manera. No son un robo, son tu pull request a la sociedad. Es devolver parte de lo que ganaste para mantener y mejorar el sistema que te permitió ganarlo. Es asegurarte de que la próxima generación de emprendedores tenga las mismas oportunidades que tuviste tú. Y el que no quiere hacerlo, debería ser también rechazado por abusar el sistema.
El problema, creo, es que mientras en el open source vemos claramente cómo nuestras contribuciones mejoran el código base común, con los impuestos la conexión es menos directa. No vemos el commit, no recibimos los agradecimientos en GitHub. Pero el principio es el mismo.
Tal vez si empezáramos a ver los impuestos como contribuciones al repositorio común de la sociedad, como patches que mejoran el sistema operativo social, tendríamos menos quejas y más orgullo en contribuir. Porque al final, igual que nadie puede proclamarse un desarrollador “self-made” (todos aprendimos de otros, usamos herramientas de otros, nos apoyamos en código de otros), ningún empresario puede proclamarse verdaderamente “self-made”.
Todos somos, en el fondo, colaboradores en un proyecto masivo llamado sociedad. Y como en todo buen proyecto, los que más se benefician del sistema son los que más deberían contribuir a mantenerlo.