Cómo convencí a dos amigos de cambiar su voto.
Algo que es importante recordar es que la mayoría de las personas que hoy piensan en votar a la extrema derecha no lo hacen porque sean, en esencia, de extrema derecha. Lo hacen porque han sido manipuladas con una eficacia quirúrgica. Y esa manipulación no es casual: es el resultado de una estrategia muy bien diseñada para sembrar miedo y ofrecer soluciones simples a problemas complejos.
Los verdaderos extremistas son pocos. Parecen muchos, porque los algoritmos y los bots que dominan este mundo de desinformación crean esa ilusión. Pero la ilusión se rompe cuando las personas salen a las calles: Algunas decenas de extremistas, miles de miles de personas del otro lado.
El truco más viejo del poder, desde los nazis hasta Star Wars, que equivale a la manera más fácil de lograr que la gente renuncie a sus derechos fundamentales es convencerla de que existe un enemigo enorme, inminente, imposible de ignorar. Ese enemigo puede tomar muchas formas: terrorismo, migración ilegal, abuso infantil, guerra inminente. Lo importante no es que sea real, sino que parezca urgente. Que se sienta como una amenaza que justifica medidas extraordinarias.
¿Y cuál es la mejor manera de convencer a millones de personas de que ese enemigo existe? Controlando los canales de información. Comprando diarios y cadenas de televisión. Comprando estudios de cine y videojuegos. Manipulando algoritmos de redes sociales para amplificar el miedo y la indignación. El resultado es un ecosistema donde la gente no elige lo que consume: lo que consume ya fue elegido para ellos.
Pero insisto: la mayoría de las personas no es cruel ni mala. No se levantan por la mañana pensando en cómo quitarle derechos a otros. Simplemente reaccionan al miedo que les han inoculado. Y cuando el miedo domina, la empatía se apaga. Y es aquí donde entran mis dos amigos, con los que conversaba este fin de semana. Amigos que conzco desde niños, que yo sé que no son malas personas, solo se han dejado llevar por los mensajes de miedo. Decidí aplicar dos argumentos sencillos: uno sobre lo que está pasando y otro sobre lo que podría pasar.
Lo que está pasando es que se ha exagerado enormemente el problema de la migración ilegal y su impacto. Los datos lo demuestran: En Europa, la migración ilegal ha bajado en los últimos años. Otros estudios muestran que las generaciones de migrantes se adaptan y contribuyen a sus nuevos países. El miedo a la “invasión” es un espejismo cuidadosamente fabricado.
Lo que podría pasar, si conocemos no solo la historia contemporánea sino las noticias más recientes es claro. Cuando la extrema derecha llega al poder, no tarda en mutar en un régimen autoritario. Lo hemos visto en otros lugares. Y cuando eso ocurre, el sufrimiento no se limita a las minorías señaladas: se extiende a toda la sociedad, directa o indirectamente. Miles de miles pierde sus derechos, sus familias. Esto no es un miedo fabricado, lo estamos viendo pasar.
Convencer a alguien no es ganar una discusión, es abrir una grieta en el muro del miedo. Y esa grieta les permite recordar que no son malas personas, que la crueldad está mal, que no basta con sentir que ellos no van a ser afectados sino que es necesario sentir empatía por aquellos que sí.