Hablemos de migración
Me ha costado mucho últimamente defender una frase tan sencilla como “La inmigración es buena para la economía” en mi círculo de conocidos. Y a ver, lo es. Lo dicen los estudios, los gráficos, los informes de organismos internacionales. Pero este hecho tan obvio choca con una serie de mensajes que llegan desde plataformas con intenciones divisorias, que apuntan a efectos específicos que se observan cuando juntamos inmigración con un sistema que convierte la vulnerabilidad en ventaja empresarial
Un inmigrante llega sin red. Sin familia cerca, sin referencias culturales que le protejan, a veces sin dominio del idioma, sin conocimiento profundo de sus derechos. Y eso lo convierte en presa fácil para empleadores sin escrúpulos. Jornadas eternas, sueldos por debajo del mínimo, contratos fantasmas, amenazas veladas. Todo eso ocurre. Y ocurre aquí, en nuestras ciudades.
Los refugiados lo tienen aún peor. No pueden volver. No tienen plan B. Y los que llegan con visado de trabajo dependen de la buena voluntad de su empleador para quedarse. Si el visado no permite que su pareja trabaje, la presión económica se multiplica. La dependencia se convierte en sumisión.
Cuanto más miedo tenga el inmigrante entonces, cuanto menos posibilidades de exigir algo justo, más fácil será abusar de él. Y cuanto más se normalice ese abuso, más difícil será para los demás competir en el mercado laboral. El sueño de todo empresario sin escrúpulos es contar con una manera de convertir la vulnerabilidad en ventaja empresarial y hacer competir por sus empleos a personas que no tienen más alternativa que aceptar condiciones que tú o yo encontraríamos inaceptables.
La solución es proteger mejor a los inmigrantes, no demonizarlos. Porque si los inmigrantes tienen derechos laborales sólidos, si los empleadores que los explotan reciben sanciones ejemplares, si se eliminan los vacíos legales que permiten contratar como autónomos a quienes trabajan como asalariados, entonces el terreno se nivela. Entonces todos competimos en condiciones justas.
Cuando alguien demoniza al inmigrante, lo que está haciendo (consciente o no) es proteger el privilegio de quienes se benefician de tener una clase explotable.