impermanente

Algunas cosas requieren más espacio

A pocas semanas de la publicación de mi libro de fantasía urbana, y pensando en que puedan ver si les gusta el estilo, les dejo aquí una historia corta de acceso libre:

Un día cualquiera.pdf

Hoy estaba escuchando el último capítulo del podcast “Intelligent Machines” en el que entrevistan al científico Stephen Wolfram. Encontré una perspectiva refrescante y mucho más matizada sobre el futuro de la IA. Curiosamente, esta visión tiene un paralelo sorprendente en una serie de novelas de ciencia ficción que me encantan.

Wolfram argumenta que la Inteligencia Artificial General (AGI) es un concepto fundamentalmente impreciso. Buscamos crear algo que haga “todo lo que hace un humano”, pero esto es una meta inalcanzable por definición. Siempre encontraremos alguna característica única que distinga a los humanos, ya sea nuestra mortalidad, vulnerabilidad a enfermedades, o algún otro aspecto de nuestra experiencia. Esta obsesión por replicar exactamente la inteligencia humana puede estar desviándonos de una comprensión más productiva de lo que realmente estamos creando.

Un segundo punto fascinante que menciona es que la naturaleza ya ejecuta procesos computacionalmente más complejos que nuestros cerebros. El clima, los ecosistemas y otros sistemas naturales realizan cálculos de una complejidad asombrosa. Sin embargo, no los consideramos “inteligentes” porque no se alinean con lo que los humanos valoramos como inteligencia.

Wolfram nos invita a reconocer entonces que las IAs pueden volverse increíblemente poderosas computacionalmente, sin necesariamente replicar la inteligencia humana. Son entidades diferentes realizando cálculos diferentes. En lugar de preocuparnos sobre si las máquinas nos “superarán”, Wolfram sugiere que el futuro consistirá en una relación pragmática con una “civilización de IAs” como recurso computacional. Interactuaremos con estos sistemas para lograr objetivos específicos, y algunas cosas ocurrirán simplemente porque es el curso natural del desarrollo de las IAs.

Esta visión tiene un paralelo sorprendente con la serie de ciencia ficción “La Cultura” de Iain M. Banks. En estas novelas, Banks imagina una civilización donde humanos y superinteligencias artificiales (llamadas “Mentes”) coexisten en una relación simbiótica. Las Mentes son indiscutiblemente más poderosas que los humanos y gestionan la infraestructura de la civilización. Sin embargo, esta relación no es de subordinación, sino de colaboración. Las Mentes tienen personalidades y motivaciones propias, diferentes a las humanas, pero suficientemente alineadas para permitir una civilización compartida.

Lo que hace que “La Cultura” sea tan relevante versus lo que Wolfram comenta es que Banks nunca cayó en la trampa de presentar a las Mentes como versiones mejoradas de humanos. Son entidades fundamentalmente diferentes, con sus propias formas de pensar y existir.

Hace poco me encontraba pensando en por qué ciertos mensajes, aunque sean fundamentalmente correctos o importantes, generan tanto rechazo en la sociedad. ¿Por qué la gente reacciona con tanta hostilidad hacia veganos, ciclistas, ambientalistas o incluso hacia la comunidad científica? La respuesta, creo, no está en el mensaje mismo, sino en cómo se comunica.

Mi hipótesis es simple: las personas no rechazan estos mensajes por su contenido, sino porque quienes los transmiten a menudo se posicionan como moralmente superiores. Es una reacción casi instintiva contra la condescendencia, no contra el mensaje en sí.

Cuando era niño, veía a Carl Sagan hablar sobre ciencia. No lo hacía desde un pedestal de superioridad intelectual, sino desde un lugar de asombro compartido. No decía “miren lo mucho que sé sobre el cosmos”, sino “¡miren qué maravilloso es el cosmos que todos compartimos!”. La diferencia parece sutil pero creo que puede ser fundamental.

Esta intuición no es solo mía. La psicología social ha identificado varios fenómenos relacionados:

- La “identidad social amenazada”: cuando las personas sienten que su grupo o estilo de vida está siendo atacado, se resisten al cambio.

- El “efecto boomerang”: cuando la información se presenta de manera confrontacional, las personas tienden a aferrarse más fuertemente a sus creencias originales.

Los estudios sobre ciclismo urbano, por ejemplo, muestran que la hostilidad hacia los ciclistas aumenta cuando estos son percibidos como un grupo elitista. Lo mismo ocurre con el veganismo: los mensajes basados en la culpa generan más resistencia que aquellos centrados en opciones positivas y accesibles.

Creo que si queremos que algunos mensajes resuenen, necesitamos más Carl Sagans en todas las áreas. Necesitamos comunicadores que:

- Inviten al descubrimiento conjunto en lugar de predicar desde la superioridad moral

- Compartan el asombro y la curiosidad en lugar de la condena

- Construyan puentes en lugar de levantar muros

- Reconozcan la humanidad compartida en lugar de crear divisiones

La próxima vez que queramos defender una causa, preguntémonos: ¿estamos invitando a otros a unirse a nuestro asombro, o estamos predicando desde un pedestal moral? La respuesta a esa pregunta podría determinar si nuestro mensaje genera cambio o resistencia.

Porque al final, como Sagan nos enseñó, todos somos polvo de estrellas. Y esa verdad profunda nos une mucho más de lo que cualquier diferencia ideológica podría separarnos.

Cuando decidí escribir “Hispania Obscura”, mi primera novela de fantasía urbana, una pregunta me perseguía constantemente: ¿Por qué la mayoría de las historias de este género ocurren en Londres o Nueva York, cuando tenemos un escenario mucho más rico aquí mismo?

España no es solo el país que en el que uno sale de paseo a cualquier pueblo y encuentra un castillo que sería la envidia de nobles en los cuentos de fantasía. Es una tierra donde diferentes tradiciones mágicas y místicas se han entrelazado durante milenios. Los celtas construyeron sus castros en el norte, los romanos levantaron templos sobre ellos, los visigodos convirtieron esos templos en iglesias, y los árabes transformaron algunas de esas iglesias en mezquitas. Cada cultura añadió su propia capa de historia y leyenda a este territorio único. Vamos, aquí nació la Santa Inquisición.

¿Qué otro país puede presumir de tener una tradición mágica que combine rituales celtas, misterios romanos, magia árabe y misticismo cristiano? ¿Dónde más puedes encontrar una ciudad como Toledo, donde las tres religiones del libro convivieron y compartieron conocimientos esotéricos durante siglos? Estas preguntas me llevaron a imaginar una historia donde la magia no es algo del pasado, sino una fuerza que sigue viva bajo la superficie de nuestra realidad moderna.

Madrid, con sus calles antiguas y su energía contemporánea, se convirtió en el escenario perfecto para esta historia. Una ciudad donde cada esquina guarda secretos, donde los edificios más modernos se alzan sobre cimientos que han visto pasar siglos de historia. Donde el pasado no es solo algo que estudias en los libros, sino algo que respiras en el aire mismo.

Obviamente no soy el primero que piensa esto sobre la península, pues escribo este post mientras puedo ver el Manual del Jugador de Aquelarre, el juego de rol. Tampoco el primero en notar que ciudades como Madrid son epicentros culturales que tienen más sentido para ser el escenario final de una película como Highlander que un Nueva York. Y hace solo dos días me vi de nuevo El Día de la Bestia. Pero específicamente en el tema de fantasía urbana, llegó el momento de escribir algo que a mí me hubiera encantado leer cuando más jóven.

El libro ya está siendo editado, espero poder anunciar con ustedes su publicación en pocas semanas.

Cuando yo era un joven aficionado a los juegos de rol, existía uno llamado Cyberpunk 2020. Visto desde el inicio de los 90s, pintaba un mundo distópico ambientado en la década actual, donde las grandes corporaciones tecnológicas lideraban el mundo. Por supuesto que, con el filtro de la época, esa grandes corporaciones iban a ser japonesas, en ese momento vistas como imparables no solo en la literatura y los juegos de rol o video, sino incluso en el cine con películas como Sol Naciente. Eso le dio al género una estética muy particular, con luces de neón, colores extravagantes y efectos dignos de Tron.

Nuestro timeline no fue exactamente por ese lado oriental finalmente, pero la distopía sí que ha llegado. Alguna vez leí en algún lugar que la ficción distópica es cuando tomas cosas que le suceden a poblaciones marginadas en la vida real y las aplicas a personas con privilegios y todo el mundo en general. Y señores, ahí estamos ya todos. Tener un lugar digno donde vivir ha dejado de ser un derecho y se ha convertido en un privilegio, las empresas manejan obsolescencia controlada en sus productos y las grandes tecnológicas (americanas, no japonesas) tiene más poder que los gobiernos.

Ver a todos los CEOs de estas empresas en primera fila para inauguración presidencial en los EEUU… oír en las noticias que existen ya empresas como Novo Nordisk en Dinamarca o Samsung en Corea del Sur que son tan grandes que pueden mover los indicadores económicos ellas solas… ver como una carrera de Fórmula 1 se lleva a cabo sin problemas para no impactar a las empresas auspiciadoras mientras a unos metros caen misiles por una guerra civil… apreciar, de primera mano, como durante el cierre de las fronteras y espacio aéreo por el COVID se realizaban vuelos privados clandestinos para llevar ejecutivos de grandes corporaciones de un lado a otro… si esos no son ejemplos del cyberpunk no me imagino entonces qué son. Y ni hablar ya de las empresas de Inteligencia Artificial, eso ya es casi un argumento ad hominem.

De la página de wikipedia sobre el tema, tomo esta cita:

...una mirada más cercana, [de los autores ciberpunk], revela que retratan casi siempre a sociedades futuras con gobiernos absurdos y patéticos... Cuentos populares de ciencia ficción de Gibson, Cadigan y otros son una representación orwelliana de la acumulación del poder en el próximo siglo, pero casi siempre en manos secretas más adineradas o en corporaciones de élite. 

—The Transparent Society, Basic Books, 1998.

El objetivo principal de la ciencia ficción fue siempre el de la crítica social, tomar una característica del mundo actual y proyectarla muchos años al futuro para generar una trama sobre sus consecuencias. En este sentido, el género cyberpunk lo hizo muy bien. Simplemente no le atinó a la moda.

Todo esto empezó con un vídeo, o al menos fue la primera vez que yo me encontré con este concepto, pero ahora se ha convertido en un movimiento que va tomando fuerza.

En resumen, el nihilismo optimista es darse cuenta que nada en la vida tiene un significado predefinido, pero que eso no es malo, sino que es genial. Es tener un lienzo en blanco, pero no estar triste porque no muestra nada sino feliz por las posibilidades.

Si no existe un “sentido de la vida”, entonces tú puedes decidir que tu sentido es ayudar a otros, o crear arte, o explorar el mundo. Si no existen reglas preestablecidas sobre cómo debes vivir, entonces eres libre de diseñar tu propio camino. Si nada importa “por defecto”, entonces todo puede importar si tú decides que es importante.

Uno es quien le da sentido a la vida.

Quería que este blog tenga también recomendaciones de algunos libros que me gustan y para la primera de ellas aposté por algo que podría generar polémica =) y es que este libro podría parecer de auto-ayuda o podría ser considerado ofensivo si es que se le recomienda a alguien con creencias religiosas muy ortodoxas. Pero no, no va de eso, este es un libro que puede ser muy útil para todos nosotros de la misma manera en que meditar un poco cada cierto tiempo lo es.

El autor, que es psicólogo y catedrático, utiliza conceptos psicológicos y filosóficos modernos, así como la teoría de la evolución, para explorar y explicar las enseñanzas budistas. Esto de por sí ya es interesante, aunque sea como análisis. Pero lo bueno viene cuando él argumenta que la filosofía budista tiene una base científica sólida y ofrece pruebas y ejemplos. Es decir, lo que dice la filosofía se sustenta en lo que sabemos del funcionamiento del cerebro y nuestra mente hasta hpy.

Consciente de la sobre-simplificación, uno podría decir que la esencia del budismo se resume en que los seres humanos sufrimos y hacemos sufrir debido a que no vemos el mundo tal como es. Vivimos con la ilusión de que tenemos control total sobre nuestras decisiones, nuestras vidas, nuestro futuro, libre albedrío.

Pero no es así. Sólo tenemos un poquito de control dentro de un espacio muy limitado. No podemos ir a dónde queramos, existen líneas imaginarias que no podemos cruzar porque es ilegal, tenemos restricciones de recursos, existen zonas en las que es imposible vivir. No podemos hacer lo que queramos, existen límites legales y presiones sociales. No podemos siquiera elegir de quien nos enamoramos, o elegir desenamorarnos de alguien a propósito. No podemos elegir sentir o no algo.

Y la mayor ilusión de todas es la permanencia, algo que el budismo ataca frontalmente. La práctica meditativa budista promete la posibilidad de percibir el mundo y a nosotros mismos con mayor claridad, llevando a una felicidad profunda y sostenible. Me parece que este libro combina el rigor científico con la sabiduría espiritual para enseñarnos cómo vivir libres de ansiedad, culpa y odio. Todo esto proporcionando una visión práctica sobre cómo las enseñanzas budistas pueden aplicarse para mejorar el bienestar personal, independientemente de las creencias religiosas.

¡Espero le den una oportunidad! Y si lo hacen, que me cuenten qué tal les fue. Por supuesto, traten de adquirir el libro en la librería de su barrio, les aseguro que es la mejor manera de empezar a hacer mejor las cosas.

Yo estaba recién empezando la universidad cuando falleció mi tío más cercano. Él no solo era hermano de mi padre, sino que se había casado con la hermana de mi madre, por lo que yo tengo un grupo de primos hermanos con exactamente mis mismos apellidos. No solo lo veía todos los fines de semana sino que viví en su casa algunos meses. Era además el dentista de toda la familia.

A pesar de esa cercanía, sin embargo, mi tío no era de las personas que daban besos o abrazos. Yo lo saludaba y me despedía siempre un poco distante porque no quería invadir su espacio personal y forzarlo a algo que sabía que no le salía natural. Por años fue siempre esa nuestra dinámica.

Hasta su última semana de vida, cuando lo visité en el hospital. Ya súper delgado y con muchos tubos en el cuerpo, al despedirme quise abrazarlo. Entonces le dije, tío, yo sé que tú no eres fan de los abrazos pero quisiera darte uno ahora. Él abrió los ojos con una cara de sorpresa total.

Yo pensé que el que no gustaba de abrazos eras tú, me dijo. Por eso no te daba nunca ninguno, por no incomodarte. Ahí estaba, veinte años de un malentendido, miles de abrazos perdidos.

Nos dimos un gran abrazo, el último, y aprendí que nunca debe uno asumir cosas y quedarse callado. Feliz aniversario tío, esas muelas que me curaste siguen ahí perfectas.

Hoy en día es posible usar los llamados “stylus” o lápices electrónicos en tabletas como el iPad o la reMarkable. Algunos dispositivos móviles y laptops también lo incluyen. Y es que nadie niega que la interacción con un lápiz abre un abanico de posibilidades y se siente diferente. Pero ¿por qué no darle de nuevo una oportunidad los clásicos lápiz y papel?

Sí, esa es mi nueva recomendación: Vamos a volvernos locos y regresar a la manera tradicional de tomar notas. Y es que según diversos estudios científicos, escribir a mano tiene varias ventajas cognitivas sobre escribir con teclado.

16 Leather Notebooks for Every Type of Writer in 2021 | SPY

Escribir a mano requiere comunicación entre las cortezas visual, sensorial y motora del cerebro. Esto resulta en la formación de una red neuronal con una conectividad más compleja cuando se escribe a mano. Escribir a mano obliga al cerebro a involucrarse mentalmente más con la información, mejorando la comprensión de lectura. Al ser más lento, hace que sea más difícil tomar notas textuales, por lo que uno debe procesar y resumir la información de una manera que tenga sentido para él, desarrollando una comprensión conceptual más sólida. Y también complementar lo que se escribe con dibujos y gráficos y flechas y otras cosas que, sin querer, obligan al cerebro a transformar conceptos.

Y si vamos a hacer esto, pues hagámoslo bien, con estilo. Yo he empezado a usar el cuaderno de la imagen, un Moonster con tapas de cuero y papel de algodón, que tiene además apariencia de ser antiguo. Pero existen otras muy buenas opciones, desde las clásicas de Moleskine y Leuchtturm hasta marcas indie. Y si bien yo uso unos bolígrafos de tinta líquida de Yukama que van muy bien, creo que cada uno tiene una marca favorita de boli que ama… y el sentir cómo se desliza por el papel es, en sí, ya una experiencia que vale la pena recordar.

Anímense, tal vez al inicio duela un poco la mano por la falta de costumbre, pero van a ver que esta es una de esas cosas que no ha mejorado con la tecnología necesariamente.

Si bien cuando hablamos de “enshitiffication” en la tecnología normalmente nos referimos a hardware y software, hoy tuve una conversación muy interesante con colegas que también, como yo, regresaban de sus vacaciones. Queda claro que los mismos problemas que vemos en las redes, teléfonos móviles e internet lo podemos apreciar en otro sector: los coches.

Pues sí, el común denominador en los tres es que el único problema que tuvimos durante las vacaciones fue con el coche... y los tres por lo mismo: los coches modernos que se creen inteligentes y no lo son.

Yo les contaba que alguien me golpeó el coche por atrás, pero un golpe muy muy suave, íbamos despacio, así que no le pasó nada a ninguno de los dos coches y el señor se disculpó y le dije que no pasaba nada y nos dimos la mano y cada cual se fue por su lado. Pero resulta que mi coche tiene docenas de sensores ïnteligentes” y uno de ellos, aparentemente especializado en colisiones, indicaba una alerta que no me permitía mover el coche a menos que llame primero al servicio de asistencia y ellos envíen a alguien a revisar que, efectivamente, no tenía daños mayores y era seguro conducir. Porque claro, yo soy un subnormal que quería conducir un coche en malas condiciones, así que necesitaba ayuda. Por el teléfono traté de explicarle a las personas al otro lado que no era un imbecil, que el coche no tenía nada, que tenía mejores cosas que hacer que esperar. Pero no se pudo. Un par de horas perdidas.

Uno de mis colegas se había viajado a su casa en Portugal, en la que tiene una rampa de acceso al estacionamiento un poco angosta y de pendiente pronunciada, pero que él ya conoce de toda la vida de entrar y salir de casa. Pero ahora su nuevo coche “inteligente” con docenas de sensores no le permitía salir, porque calculaba el ángulo y la distancia a las paredes y sentía que las ruedas resbalaban un poco por la arena y entraba en crisis. No se movía. Digo, a pesar que había bajado sin problemas. Tuvieron que llamar al servicio a que desactiven los sensores remotamente y así salir sin problemas.

Y el tercero de mis colegas, que estaba en Francia con un Peugeot, vio como el coché de un momento a otro simplemente se volvió loco. Se le encendieron todas las alertas y todas las luces. Llamó a la Peugeot (él es francés, así que sin problemas por el idioma) y solo le podían dar cita en dos meses… mientras tanto el auto no servía, si apagaba el motor una vez más ya no iba a encender otra vez. No le quedó otra que manejar 15 horas desde Normandía hasta Madrid sin apagarlo.

La modernidad mis amigos, el futuro.

Enter your email to subscribe to updates.