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Capitales

Alcalá de Henares

Hombres cocinando carne a la parrilla vestidos con ropa temática.

Street Art

Hablemos de migración

Me ha costado mucho últimamente defender una frase tan sencilla como “La inmigración es buena para la economía” en mi círculo de conocidos. Y a ver, lo es. Lo dicen los estudios, los gráficos, los informes de organismos internacionales. Pero este hecho tan obvio choca con una serie de mensajes que llegan desde plataformas con intenciones divisorias, que apuntan a efectos específicos que se observan cuando juntamos inmigración con un sistema que convierte la vulnerabilidad en ventaja empresarial

Un inmigrante llega sin red. Sin familia cerca, sin referencias culturales que le protejan, a veces sin dominio del idioma, sin conocimiento profundo de sus derechos. Y eso lo convierte en presa fácil para empleadores sin escrúpulos. Jornadas eternas, sueldos por debajo del mínimo, contratos fantasmas, amenazas veladas. Todo eso ocurre. Y ocurre aquí, en nuestras ciudades.

Los refugiados lo tienen aún peor. No pueden volver. No tienen plan B. Y los que llegan con visado de trabajo dependen de la buena voluntad de su empleador para quedarse. Si el visado no permite que su pareja trabaje, la presión económica se multiplica. La dependencia se convierte en sumisión.

Cuanto más miedo tenga el inmigrante entonces, cuanto menos posibilidades de exigir algo justo, más fácil será abusar de él. Y cuanto más se normalice ese abuso, más difícil será para los demás competir en el mercado laboral. El sueño de todo empresario sin escrúpulos es contar con una manera de convertir la vulnerabilidad en ventaja empresarial y hacer competir por sus empleos a personas que no tienen más alternativa que aceptar condiciones que tú o yo encontraríamos inaceptables.

La solución es proteger mejor a los inmigrantes, no demonizarlos. Porque si los inmigrantes tienen derechos laborales sólidos, si los empleadores que los explotan reciben sanciones ejemplares, si se eliminan los vacíos legales que permiten contratar como autónomos a quienes trabajan como asalariados, entonces el terreno se nivela. Entonces todos competimos en condiciones justas.

Cuando alguien demoniza al inmigrante, lo que está haciendo (consciente o no) es proteger el privilegio de quienes se benefician de tener una clase explotable.

Cómo convencí a dos amigos de cambiar su voto.

Algo que es importante recordar es que la mayoría de las personas que hoy piensan en votar a la extrema derecha no lo hacen porque sean, en esencia, de extrema derecha. Lo hacen porque han sido manipuladas con una eficacia quirúrgica. Y esa manipulación no es casual: es el resultado de una estrategia muy bien diseñada para sembrar miedo y ofrecer soluciones simples a problemas complejos.

Los verdaderos extremistas son pocos. Parecen muchos, porque los algoritmos y los bots que dominan este mundo de desinformación crean esa ilusión. Pero la ilusión se rompe cuando las personas salen a las calles: Algunas decenas de extremistas, miles de miles de personas del otro lado.

El truco más viejo del poder, desde los nazis hasta Star Wars, que equivale a la manera más fácil de lograr que la gente renuncie a sus derechos fundamentales es convencerla de que existe un enemigo enorme, inminente, imposible de ignorar. Ese enemigo puede tomar muchas formas: terrorismo, migración ilegal, abuso infantil, guerra inminente. Lo importante no es que sea real, sino que parezca urgente. Que se sienta como una amenaza que justifica medidas extraordinarias.

¿Y cuál es la mejor manera de convencer a millones de personas de que ese enemigo existe? Controlando los canales de información. Comprando diarios y cadenas de televisión. Comprando estudios de cine y videojuegos. Manipulando algoritmos de redes sociales para amplificar el miedo y la indignación. El resultado es un ecosistema donde la gente no elige lo que consume: lo que consume ya fue elegido para ellos.

Pero insisto: la mayoría de las personas no es cruel ni mala. No se levantan por la mañana pensando en cómo quitarle derechos a otros. Simplemente reaccionan al miedo que les han inoculado. Y cuando el miedo domina, la empatía se apaga. Y es aquí donde entran mis dos amigos, con los que conversaba este fin de semana. Amigos que conzco desde niños, que yo sé que no son malas personas, solo se han dejado llevar por los mensajes de miedo. Decidí aplicar dos argumentos sencillos: uno sobre lo que está pasando y otro sobre lo que podría pasar.

Lo que está pasando es que se ha exagerado enormemente el problema de la migración ilegal y su impacto. Los datos lo demuestran: En Europa, la migración ilegal ha bajado en los últimos años. Otros estudios muestran que las generaciones de migrantes se adaptan y contribuyen a sus nuevos países. El miedo a la “invasión” es un espejismo cuidadosamente fabricado.

Lo que podría pasar, si conocemos no solo la historia contemporánea sino las noticias más recientes es claro. Cuando la extrema derecha llega al poder, no tarda en mutar en un régimen autoritario. Lo hemos visto en otros lugares. Y cuando eso ocurre, el sufrimiento no se limita a las minorías señaladas: se extiende a toda la sociedad, directa o indirectamente. Miles de miles pierde sus derechos, sus familias. Esto no es un miedo fabricado, lo estamos viendo pasar.

Convencer a alguien no es ganar una discusión, es abrir una grieta en el muro del miedo. Y esa grieta les permite recordar que no son malas personas, que la crueldad está mal, que no basta con sentir que ellos no van a ser afectados sino que es necesario sentir empatía por aquellos que sí.

Las noticias, más lento

Como parte de mi proceso de dejar todas las redes que no son del Fediverso, y de la mano con mi recientemente actualizada y curada lista de feeds RSS, me bajé el app de Kagi News. Y es que el tener un app de noticias que ofrezca perspectivas múltiples y cero clickbait es una propuesta muy interesante.

Todo era felicidad hasta que me di cuenta que, no importa cuándo entraba al app durante el día, las noticias eran las mismas. Un mensaje indicaba “actualizado hace 11 horas”. Mi primera reacción fue del tipo “pero esto no puede ser, no sirve”.

Y entonces reflexioné.

Por supuesto que sirve. Y así debería ser. A menos que ocurra algo realmente digno de mención, es solo el infinito feed de tonterías el que nos tiene malacostumbrados a información nueva constante para una dosis extra de dopamina cada minuto.

Recordar que se puede y se debe ir más despacio es también parte del proceso.

Computational Photography

Madrid, antes de las manifestaciones

El hacker atemporal

El otro día, mientras revisaba unos libros viejos de mi biblioteca, me encontré con Hackers: Heroes of the Computer Revolution de Steven Levy. Leyendo esas páginas ya un poco hongueadas, me di cuenta de algo que creo que tal vez ya intuía pero no había articulado: la cultura hacker no nació en el MIT de los años 60. Ha existido desde siempre, solo que antes no se llamaba así.

Pensemos en los alquimistas medievales, encerrados en sus laboratorios clandestinos, desafiando las prohibiciones de la iglesia para entender cómo funcionaba la materia. O en los artesanos de la Escuela de Traductores de Toledo que se pasaban secretos de gremio en gremio, combinando conocimientos de culturas árabes, judías y cristianas. Eran hackers en toda regla.

Lo que Levy documentó en el MIT no fue el nacimiento de una cultura, fue simplemente el momento en que le pusimos nombre. Esos estudiantes que se colaban en el Tech Model Railroad Club para jugar con los primeros computadores eran solo la versión moderna de una tradición milenaria.

Todos estos grupos, desde los tinkerers victorianos hasta los radioaficionados de los años 20, desde los artesanos medievales hasta los hackers del MIT, comparten el mismo ADN cultural:

Hoy la palabra “hacker” está contaminada. Los medios la usan para criminales informáticos, las empresas para consultores de seguridad, los gobiernos para amenazas cibernéticas. Pero esa nunca fue la esencia. Un hacker no es alguien que roba contraseñas, es alguien que no puede ver una caja negra sin querer abrirla.

La cultura hacker no es una moda de Silicon Valley ni un fenómeno de la era digital. Es tan antigua como la humanidad misma. Es lo que nos sacó de las cavernas y nos llevó a la luna. Es lo que nos hace humanos: esa incapacidad patológica de dejar las cosas como están. Los verdaderos hackers no necesitan computadoras. Solo necesitan curiosidad, una comunidad con quien compartir, y algo, cualquier cosa, que desarmar y volver a armar mejor.

Lo irónico es que mientras más avanzamos tecnológicamente, más difícil se vuelve ser un hacker verdadero. Los dispositivos modernos vienen sellados, con tornillos propietarios, con garantías que se invalidan si los abres. El software es cada vez más opaco, protegido por capas de ofuscación y términos de servicio que prohíben la ingeniería inversa.

Street wisdom

Lavapies

Es imposible ser de centro hoy

Hoy en día todo está politizado, polarizado, todo es una declaración. La realidad, en su complejidad y matices, se ha disuelto en un baño de indignación y gestos vacíos.

Vivimos en la era de la performance, donde la acción es menos importante que el ruido que genera.

Y nosotros aplaudimos o abucheamos sin darnos cuenta de que, en el fondo, solo estamos reaccionando a un espectáculo diseñado para mantenernos entretenidos y, sobre todo, divididos.

Brihuega

Albi

No sé ustedes, pero a mí me parece que esta obra los jardines del Vaticano es la representación más cercana a las descripciones que hay de los ángeles en su biblia

Herensuge

He publicado un capítulo del que será el segundo libro de la serie de fantasía urbana, Herensuge, para acceso gratuito. No tiene spoilers para el primer libro, pero obviamente se disfruta mejor si ya leyeron Hispania Obscura.

impermanente.es/hispania-…

Napoli

Roma

Vatican City

Ciao Roma